Si hay personas que los cerveceros tienen que tener muy presentes y a las que agradecer sus aportaciones, una de ellas es a santa Hildegarda de Bingen. (¡¡santa sea!!). «¿Y qué es lo que hizo esta buena mujer además de rezar?» Se preguntará más de un cervecero. Pues la respuesta es muy sencilla, añadirle uno de los ingredientes básicos a la elaboración de tradicional de la cerveza que se hacía hasta el siglo XI: el lúpulo.
Hildegarda nació en la localidad alemana de Bemershein en el año 1098 y sus padres pronto la enviaron a un convento. A los años, tras ser nombrada abadesa de su comunidad, decidió crear un monasterio femenino junto a la colina de Rupertsberg, cerca de Bingen, a orillas del Rin.
La religiosa poco a poco fue adquiriendo una gran cantidad de vastos conocimientos en áreas como la teología, filosofía o la ciencia. Algunos estudiosos la llegan a catalogar como la versión femenina y anterior de Leonardo da Vinci.
Gracias a la sabiduría adquirida, vio que el lúpulo era un elemento importante a la hora de conservar la cerveza, ya que entre sus propiedades está precisamente esta, la de ser un conservante natural, con propiedades antibacterianas y, también, daba ese sabor amargo que tan característico es de algunas cervezas, especialmente de las IPA.
La festividad de santa Hildegarda fue fijada el 17 de septiembre, por lo que todo cervecero tiene que tener bien apuntada esta fecha, al igual que el 17 de marzo, día de otro de los grandes santos cerveceros: San Patricio.
(¿Os habéis fijado que entre una fecha y otra se llevan seis meses exactos?… ¡Santa casualidad!)